Hace cosa de un año, en medio de mis planes y mis aventuras, estuve dándole vueltas y buscando una frase que fuera sencilla, potente, y que pudiera ayudar a establecer un mensaje claro y poderoso para respaldar la estrategia de una serie de servicios. Pues, varias vueltas despues y probar diferentes enfoques, llegué a la frase: “Puedes confiar en nosotros”. Una frase potente, clara, que requiere de hechos y argumentos, y que más allá del fondo emocional, impacta directamente en la caracterización de un hecho. Recordé este ejercicio hace unos dias cuando, hablando con «mi jefa» (mi esposa, jeje), saltó el tema de la confianza, la paciencia, y la diferencia entre hechos y palabras. ¡¡Momentazo, vamos!!
Pero claro, ¿Qué es la confianza?, ¿Nos ayuda la estadística con ello?, donde por ejemplo: “9 de cada 10 clientes que han contratado nuestros servicios se han ido super contentos y hemos generado una relación difícil de romper”. Diríamos que el 90% de nuestros clientes están enamorados de nuestros servicios, cierto? Pero, y ¿Qué pasa con ese otro 10%? ¿Ellos no lo están, o lo están menos?, o ¿son acaso un número aceptable?
Ahora bien, la confianza debe ser bidireccional. Es decir, de ida y vuelta, recíproca, mutua, de dos, como cuando hay amor e ilusión, y sustentada en hechos y no solo en la buena fe. Caso contrario, si uno la tiene y el otro no, antes o despues terminará habiendo un conflicto. Esto aplica tanto a las relaciones personales como a las comerciales (entre empresas).
En mi experiencia personal (y en la de muchos amigos), cada vez que un proyecto o servicio no ha sido lo “glorioso” que hubiera podido ser, se ha debido principalmente a dos posibles situaciones subyacentes:
- Falta de claridad (intencional) por parte del cliente, y una posición de soberbia desde la cual se plantea que podrá terminar haciendo su voluntad con el proveedor (sacarle todo lo que pueda) y que este no se quejará porque le puede más el “no perder la cuenta” que su propia dignidad.
- Falta de capacidad para decir que no por parte del proveedor, aun cuando sabe que es algo totalmente inviable o que carece plenamente del conocimiento o experiencia para hacerlo medianamente bien. Esto ultimo tambien podría considerarse “mala fe”, desde luego. Oportunismo puro y duro en plan “Tu pilla y luego ya veremos qué hacer…”.
En ambos casos, según como lo veas, a uno lo motiva el obtener el mayor alcance posible a cambio de la menor inversión posible (pagar poco y conseguir mucho), y al otro, según como lo veas también, lo motiva la necesidad de quedarse con el proyecto aun cuando es consciente de que no está siendo sincero con el cliente respecto a sus capacidades. Todo mal en ambos casos. Si te das cuenta, ambos errores (de un lado o del otro) se deben a lo mismo: la ambición de ganar aun cuando se sabe que el escenario no es justo para la otra parte.
Visto desde otro ángulo, está claro que cuando se encuentran un cliente y un proveedor en un escenario honesto y de confianza, las posibilidades son infinitas. Eso sin duda. Sin embargo, como ya decía líneas arriba, la confianza debe ser mutua y sustentada en algo más que la buena fe. Hay que tener en cuenta, desde luego, que tambien existen escenarios donde una de las partes da todo lo bueno que puede dar, se desarma en honestidad y claridad, pero la otra parte no deja de desconfiar y obstaculiza toda posible oportunidad. Hay gente que, gracias a sus propias inseguridades y temores se pierde de verdaderas oportunidades, para luego ver cómo estás se le van de las manos «inexplicablemente».
Todos los humanos somos un mundo, y a causa de esto he visto más tiempo perdido por la falta de palabra y de confianza, que por cosas mal hechas sin mala voluntad. Cosas de la vida.
Ahora bien, de tanto que he visto y de tanto que he vivido, pues solo me gusta participar de proyectos o servicios que estén ligados a mi experiencia y conocimientos. Realmente nunca me ha interesado otro tipo de situaciones a menos que, en acuerdo con el cliente, ambos apostemos firmemente por la iniciativa. Es decir, por ejemplo, “yo no tengo una gran experiencia en el tema pero sabes que trabajo bien en temas relacionados, entonces tu obtienes un servicio a una tarifa más conveniente de lo normal porque es interesante para ambos”. Claro, esto se basa en un escenario donde existe confianza, porque realmente es algo difícil de lograr entre dos desconocidos.
Personalmente, siempre que puedo elegir, prefiero estar donde se confíe en mi realmente. No es capricho, no. Es por mi propia tranquilidad y paz mental. Me gusta decidir y apostar firmemente por servicios bien pensados, con fondo, que sean rentables y generen beneficios (sin sacrificar la parte humana ni rozar la avaricia), pero que tambien sean “una buena experiencia que contar”. Como dice mi amiga Carmen: “no me gusta hacer churros” (de mala manera, a la champa, de manera poco profesional), y cuando no puedo decidir al respecto o no puedo hacer las cosas como considero que estaría mejor hacerlas, pues simplemente me frustro (como cualquier otro, sin duda).
Como ya he comentado en alguna publicación anterior, tengo un plan de vida muy peculiar, y una serie de objetivos que desde mi perspectiva y posición no considero inalcanzables sino más bien naturales. Quiero disfrutar de mis días haciendo todo aquello que me permita mantener una sonrisa, más allá de que hay que trabajar (o no, según como lo veas), pues creo que el trabajo debe llenarnos siempre de ilusión y darnos alegrías que compensen más que el “simple dinero”. No es un planteamiento iluso ni ingenuo, realmente es posible plantearse la vida desde otra óptica.
El amigo Marcelo dice siempre “…el día que me toque trabajar, en verdad, no sé cómo lo haría”, y es una frase qué tiene mucho sentido más allá del cliché de “…encuentra algo que te apasione y nunca más tendrás que trabajar”. Para mi quiere decir que disfruta enormemente de su oficio y no lo considera trabajo realmente (y todos deberíamos aspirar a eso, sin duda).
Hace varios años me decía el amigo Paul “hay que disfrutar de la vida, JuanMa. No todo va a ser trabajo…”, y si pues, en el momento que me lo decía yo pensaba “este hombre está equivocado…” (en realidad pensaba otras cosas, jajaja); sin embargo, y como ya he reconocido en innumerables ocasiones, Paul tenía más razón que un santo. Quizás uno de los mejores consejos que me han dado en la vida, y más aun viniendo de alguien que realmente lo aplica, jeje. El consejo de Paul fue buenísimo, aunque (todo hay que decirlo) no supera al de Alberto que cuando lo llamé para preguntarle qué hacer con la llegada de la pandemia, me dijo: “Manuel (el me llama así), cash is King”, y colgó el teléfono. ¡Gracias eternas, señor!
Entonces, la vida es muy corta como para andar amargado o frustrado por cosas que no puedes manejar o que no dependen de ti, con lo cual tienes que centrarte en aquello que si puedes gestionar, moverte ahí donde sí puedes decidir y ser tú mismo, y rodearte de gente en la que sí puedas confiar (tanto compañeros, empleados, socios y clientes). Si no te sientes a gusto ahí donde estás, decía una frase que no sé de quien es, “…muévete porque no eres un árbol”.
Llegará el día en que no tendrás más opción que sentarte a esperar el final, pero mientras ese día llega, debes seguir peleando por aquello que le da sentido a tu vida: tu familia, tus hijos, tu mismo. Tienes la obligación de tratar de ser feliz, y cada momento cuenta. Los días pasan, la vida pasa, y tu tambien pasarás. No lo olvides, ya que según la edad que tengas, seguro que ya tienes más pasado que futuro ¿sí o no? (Ahí está el detalle…).
Te agradezco por haber llegado hasta aquí, y te dejo un abrazo enorme como siempre. Mis mejores deseos para esta semana, y que todo sea bonito para ti.
¡Muévete. Tú puedes! ✌🏻😊
¿Has visitado mi canal de YouTube? Échale un vistazo cuando puedas y suscríbete.