Una vez me dijeron que “solo se vive una vez”. No es cierto.

Definitivamente existen diferentes formas de ver las cosas. Como decía Ramón de Campoamor: “…nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira.”, y hoy se cumplen dos años desde el día en que cambió mi vida, creo yo, para siempre.

Pues ahí estaba yo. Vestido únicamente con una bata de hospital y con 82% de saturación, sintiendo que por más que lo intentaba no conseguía llenar mis pulmones de aire. Angustiado, nervioso, muy asustado, pero con esa convicción natural que tenemos todos los que hemos afrontado y superado mil peripecias: “saldré de esta”. No puedo negar que, aun en medio de tantos de sentimientos, seguía intentando concentrar mi mente en poder respirar y en no ponerme más nervioso. Entonces es cuando de pronto aparece una doctora y le dice a la enfermera “dale su teléfono para que se despida. Tu ya sabes cómo es esto…”. A partir de ese segundo todos los sentimientos anteriores fueron reemplazados súbitamente por una profunda tristeza, desolación, ira y frustración.

Tengo claro que todos vamos a dejar esta vida en algún momento. Antes o después, todos nos iremos y quedará únicamente nuestro recuerdo durante un tiempo, el cual también más antes o más después desaparecerá para siempre. Lo tengo claro; sin embargo, no es hasta el momento en el que tomas consciencia y algo en tu cabeza te dice “¡hey! hasta aquí llegaste”, que te pones a pensar en lo que verdaderamente importa y en lo ridículamente insignificante que eres frente a ciertas cosas. Algo muy duro, muy fuerte. Devastador en muchos sentidos.

Tenía 42 años y me había pasado los últimos 26 trabajando, estudiando, viajando y acumulando tantísimas cosas que consideraba «necesarias», que había perdido la noción de lo efímera que es la vida. Postergaba “para más adelante” ciertos temas porque pensaba que “aún hay tiempo”, y así me fui convenciendo de que yo controlaba mi destino. ¡Iluso de mí! Pensé en aquel instante. Qué manera de haber desperdiciado el tiempo en cosas innecesarias, y haber restado prioridad a otras que lo eran realmente.

Ese día me di cuenta de que en realidad ya hacía mucho tiempo de que había logrado casi todo lo que había soñado alguna vez, que todo lo demás era solo producto de una suntuosidad tan vana como innecesaria. Para qué nos vamos a engañar. Acaso ¿Eres “más feliz” con un patrimonio e inversiones diversas y crecientes?, ¿o por tener los coches más costosos en tu garaje?, ¿o quizás porque lideras algunas iniciativas exitosas?, ¿o por ser y sentirte reconocido a nivel profesional en tu sector?, ¿acaso por eso eres «más feliz»? Pues, por lo menos yo, en ese momento llegué a la conclusión de que no. No eres más feliz por nada de eso. En algún momento de tu vida podrías pensar que sí, e incluso quizás decidirías enfilar todos tus esfuerzos hacia ese camino. Seguro que sí. Yo lo sé. Pero la realidad es que “llegado el momento” no te importaría cambiar todo, absolutamente todo, solo por tener la certeza de que tendrás más tiempo en este mundo y que podrás “corregir el rumbo” y centrarte en lo que realmente importa… en aquello que realmente te llena el corazón.

En esos amargos instantes llegué a la conclusión de que nada de lo que antes consideraba valioso o sinónimo de éxito me importaba tanto, ya que en aquel instante lo único que quería era abrazar fuerte a mis cuatro hijos y decirles algunas cosas “antes de irme”. Quería organizar algunos temas que me habían quedado pendientes y que “solo yo” podía resolver. Quería decirle a mi esposa lo mucho que la amo y lo increíblemente feliz que había sido a su lado. Quería abrazar a algunos amigos, arreglar algunas cosas, despedirme bien… poner un “hasta aquí” a lo que fue mi vida… pero no, nada de eso iba a ser posible porque casi no podía hablar, se me iba la vida en cada exhalación y estaba solo, incomunicado y en el mejor de los casos, si no lo lograba, mi familia tampoco me volvería a ver porque “el protocolo” decía que todos debíamos ser incinerados. Una mierda de final, no?

No le deseo tal situación a nadie. Absolutamente nadie que yo conozca merece pasar por algo así, y desde luego tampoco creo que yo me lo mereciera; sin embargo, hoy pienso que era necesario. Creo que todo tiene un porqué, y sin duda el tiempo me lo ha ido demostrando. No me pondré espiritual, porque no lo soy, pero está claro que todos valemos para algo y que nuestro camino muchas veces contribuye al de muchos otros, bien o mal, todos formamos parte de un todo y aunque no lo sepamos o creamos lo contrario, nuestra vida vale para algo más que para ver pasar los años y, eventualmente, lograr el “éxito”. Ahora lo sé.

Cuando me recuperé y conseguí volver a respirar con normalidad, a pesar de que pasé más de un mes después del alta con oxígeno en casa y varias semanas sin poder caminar sin dolor, había tenido tiempo para pensar (y mucho). Había tenido tiempo para replantear mi vida y mis objetivos. No me pondré espiritual, repito, pero podría decir que “vi claro el camino”. La vida se puede acabar en cualquier momento, seas quien seas, tengas lo que tengas, y hayas logrado lo que hayas logrado. La muerte no discrimina y “barre parejo”, así que qué mejor idea que vivir mi vida mientras vuelve a llegar ese momento de “transición”. Total, antes o después me llegará aunque no quiera, al igual que a ti.

Tomé la decisión de ver las cosas con calma. De solo aceptar en mi vida las cosas que me suman y que me hacen sonreír. De no gastar ni medio segundo en gente que no vale la pena y, por el contrario, de disfrutar a tope de las buenas compañías. Disfruto muchísimo más con mi familia, disfruto de los pequeños momentos y detalles, solo me dedico a cosas que me llenen y me satisfagan a nivel personal y profesional, y reparto mi tiempo de una manera más ecuánime entre mis gustos y mis deberes.

Debo decir que he aprendido a disfrutar también de mis pocos momentos en solitario. Considero que toda la vida que llevé me ha valido para poder llevar la que llevo, desde luego que sí. No tengo la más mínima duda al respecto. Hoy en día hago solo lo que me gusta, disfruto de cada día y procuro dejar algo de mi en cada paso que doy y en cada “nueva aventura” que decido asumir. Si al final todo es tan efímero, pues no disfrutar de cada momento bonito es una locura o una estupidez como poco.

Claro. No estoy en “modo zen” ni mucho menos, jajaja. Vivo más ocupado que nunca, pero con un modelo diferente. Desde hace dos años es mi esposa quien dirige los negocios, acompañada por gente de nuestra absoluta confianza, y aunque me mantengo al tanto de todo, dejo que todos hagan lo que ya saben que tienen que hacer. Creo que haber podido llegar a esa situación es una verdadera alegría.

Tambien es cierto que el vivir en un nuevo huso horario ha posibilitado que pueda compaginar mi vida «sin mayor trastorno», lo cual me permite vivir nuevas experiencias a nivel personal y profesional, participando y colaborando con otras organizaciones que encuentran útil a este humilde servidor, y así poder dedicarme a varias cosillas que me llenan de ilusión. He podido incluso abordar nuevos proyectos personales que antes no fueron posibles y que me mantienen con ese “nervio” característico de todo emprendedor. No me aburro, no.

La vida sigue siendo buena, con sus complicaciones y cosillas, pero tal y como decía al principio de todo: “…todo es según el color del cristal con que se mira.”

Espero que esta pequeña reflexión te ayude a pensar las cosas de otra manera, que algo te aporte en la vida, y que de alguna manera mi experiencia te sirva para plantearte las cosas de una manera diferente. Créeme, la vida es bonita si tú quieres…

#SonDosDias #MantenloSimple ✌🏻😊

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