Ayer por la mañana, como de costumbre, charlaba con algunos amigos de mi circulo más reducido y de pronto uno de ellos me comentó que al parecer “…un muchacho se había quitado la vida en su centro de trabajo”. Desde luego la noticia, entiendo que a todos, nos dejó algo pasmados y afligidos. Qué demonios le puede pasar a una persona por la cabeza, siendo tan joven (21 años), para tomar una decisión de este tipo. Una verdadera lástima. Aunque no lo conocí estoy seguro de que hubiera podido dar mucho de sí en este mundo, así fuera una sola sonrisa más, o un abrazo fuerte a sus amigos. Una discusión más con la novia, unas cervezas con los compañeros, no sé. Mil cosas más. Cualquier cosa es mejor que “no seguir”.
En lo particular me dejó una sensación muy triste, y un gran vacío. Me trajo a la mente la partida, también temprana, de un tipazo al que siempre consideré un 10. Marcus, quien hace muchísimos años fuera además de un buen tipo, mi entrenador favorito. Una persona alegre, curiosa, muy joven, súper inteligente, y siempre con una sonrisa o una anécdota para compartir con los amigos. El también, sin más, una noche decidió que “no había más que hacer” y del mismo modo decidió “partir”. Un tipo joven, exitoso en la medida profesional, y aparentemente feliz. Una persona que, apostaría mi vida, hubiera hecho millones de cosas más interesantes que yo y que muchos en este mundo. Así sin más, se fue. Aunque ya varios años han pasado, aun me hace eco el momento en el que sin querer me enteré del hecho una tarde, compartiendo también con un buen amigo, en Madrid. Que lastima tan grande. Que tristeza.
Dándole vueltas a la situación, caí en la cuenta de que muchas veces uno está rodeado de muchísimas personas, pero interiormente te sientes solo. Muchísimas veces vemos gente que sonríe o que “tiene todo para ser feliz”, y en muchos casos no lo es. Miramos a nuestros compañeros de trabajo y pensamos que “sabemos cómo se encuentra” porque de rato en rato compartimos alguna frívola conversación, o porque nos reímos de temas intrascendentes; sin embargo, no sabemos cuál es su situación emocional (y a veces, fríamente, ni nos importa). Quizás por no darnos cuenta nos olvidamos de hacerlos sentir lo importantes que son para nosotros o para nuestras vidas. ¿No es fácil, sabes? Ponerte a pensar en tanta gente con la que compartes momentos a diario, en cómo sienten, en qué les pasa, o en cómo ayudarlos. No es una tarea sencilla, e incluso si la persona no es muy receptiva puedes parecer algo impertinente o “metiche”. Las cosas tan complejas de la personalidad, y la propia necesidad de protegernos de una u otra cosa nos lleva a, a veces sin quererlo de manera alguna, alejarnos de algunas personas a las que luego echamos de menos. ¿Te has puesto a pensar si de pronto, y Dios no lo quiera, tu compañero de al lado decidiera tomar una decisión tan radical como la que comentábamos al inicio? Dudo mucho de que no sintieras nada. Recuerda que, de alguna manera, todos estamos conectados.
Veo en el día a día tantos ejemplos de falta de solidaridad, a tanta gente hecha pedazos por errores absurdos, o a buenas personas que sin querer los cometen y que se desviven por enmendar su error. Veo gente obsesionándose por un puesto de trabajo, por un ascenso, por un aumento. Siento a gente rebalsando de envidia y al acecho de ver cuando otro se equivoca para intentar hacerlo pedazos, y no porque vayan a ganar nada sino solo por el simple “placer” de descargar su frustración. Es verdad que los humanos somos y tenemos lo que nos merecemos. Es verdad. Sin embargo, muchas veces ese comportamiento revanchista, colérico, producto o no de la razón o la envidia, hace más daño que otra cosa. Lo curioso es que no solo daña a la persona a quien se le busca provocar el mal, sino a ti mismo. El otro muchas veces ni se entera, o no le importa. Cada quien busca ser feliz como puede, ¿no?
Este muchacho, aprovechando sus últimos momentos, escribió en su publicación de despedida una serie de complicaciones que había tenido durante su vida, y continuaba con uno y otro reclamo hacia su propia suerte y lo que le había tocado vivir por un motivo o por otro. Conforme lo leía iba pensando, con muchísima frustración, en todo lo que se hubiera podido hacer por ayudarlo de alguna manera. O quizás en lo bien que le hubiera venido saber que no estaba solo. O quizás en lo importante que hubiera sido para el que alguien le dijera “tranquilo, ven y dame un abrazo”. No sé. Creo que ninguno ha tenido una vida fácil, y ninguno llega lejos sin atravesar situaciones horribles y tristes (y el que diga que no, muy lejos no debe estar), ya que según cómo lo encajes todo te servirá como pilas para la mochila, o como piedras (tu decides). Depende de cómo lo entiendas, o de cómo te ayuden a entenderlo. Es ahí a donde quiero llegar.
Muchas veces cuando te sugieren visitar a un psicólogo, tu primera frase es “¿acaso estoy loco?”. O cuando te enteras de que algún amigo o amiga visita a uno con frecuencia, solo piensas en “uy, qué problema tendrá” y sin querer se inician las suspicacias o incluso situaciones más incomodas de prejuicio y, por qué no decirlo, vergüenza. Eso está muy mal. Fatal, vamos. Es justo esta estúpida situación social la que evita de alguna manera que gente que realmente necesita ayuda no la busque, no la pida, y desde luego no la reciba. Es absurdo.
También es cierto que los psicólogos tienen su campo de acción, y que hay momentos en los que no necesariamente es lo que necesitas. Hay momentos donde lo que requieres es un tipo de ayuda diferente, cuando el tema ya escapó a tu mente o no solo se encuentra ahí, es hora de visitar al psiquiatra. Pero claro, si cuando vas al psicólogo te llaman o creen “loco”, ya que se enteren que vas al psiquiatra sería motivo para que te lancen una camisa de fuerza y la ignorancia genere comentarios absurdos e innecesarios. Es justo esa ignorancia, tanto la del circulo que nos rodea como la de muchos de nosotros, la que no permite que cosas que pueden llegar a ser tratadas y controladas, lo sean. Es duro, y en ocasiones incluso es costoso, pero además de necesario es importante ser consciente de ello. Si te duele la muela, vas al dentista y nadie se burla de ti. Si te molesta algo en la cabeza vas al neurólogo, y nadie hace mofa de tu situación. Por qué si te duele el alma no puedes visitar al psicólogo? O si tu dolor ya se manifiesta de otra manera, ¿no puedes hablar con un psiquiatra? Por qué no puedes hacerlo con normalidad y sin esconderte. ¿Por qué? Evidentemente no en todas las sociedades esto es habitual, todas tienen problemas diferentes, pero es algo que percibo muchas veces en la sociedad en la que me desenvuelvo actualmente.
Para quienes me conocen, saben que soy hiperquinetico por diagnóstico. Esto me llevó a consultar un sinfín de psicólogos desde muy temprana edad (mi padre era uno), y a lo largo de mi vida he tratado con tantos que sin duda puedo decir que son una bendición del cielo (cuando son buenos y muy profesionales). Parte de mi condición se hace tratable a través de mi “pastilla para la locura” (como la llamo yo), y conforme vas conociéndote más profundamente no solo eres capaz de controlar la situación sino de sacar provecho de ella a través de grandísimos chispazos creativos y momentos de «subidón» en los que, para gran suerte mía, me han regalado más de una idea e inspiración, las que he podido materializar con cierto éxito.
Me encantaría que todos se dieran cuenta de qué importante es pedir ayuda en el momento preciso. Qué importante es saber reconocer cuando algo no va bien en ti. No deben sentir vergüenza por necesitar ayuda, o por requerir apoyo profesional. Vergüenza deben sentir quienes dentro de una “condición normal” no son capaces de comprender a quienes no lo somos. Eso está mal. Necesitar ayuda y pedirla, NO.
Espero sinceramente que estés leyendo esto con el corazón, y que lo apliques desde ya mismo. No estás solo. No estás solo. No estás solo. Mira a tu alrededor. No estás solo. Maldita sea, ¡¡NO ESTÁS SOLO!!
Luiggui, que el cielo te reciba con los brazos abiertos y que encuentres la paz que no conseguiste en este cochino mundo. Un abrazo que te llegue hasta el cielo, que es donde de seguro estás.
¡Puta vida!