Desde hace unos días, mi hija mayor me pedía con insistencia «Papá, juguemos monopolio». No exagero al decir que es un juego de mesa que me agrada muchísimo, y con el cual disfrute de interminables partidas e incontables horas cuando era niño. Bueno pues, ayer tras comprar uno me senté a jugar con Ana, y tras ganarle de manera apabullante (jeje), le expliqué detenidamente cómo perdió y cómo se gana
Fue un ejercicio muy agradable, porque pudo entender lo importante de la estrategia, de la negociación, y lo poco que puedes hacer contra una estrategia bien pensada y una ejecución contundente. Lo entendió bien, pero luego preguntó «¿así es en la vida real?», a lo que tuve que, tristemente, decirle que no
En la vida real no necesariamente todos tienen «espíritu deportivo», y no suelen respetar que «simplemente vas ganando», así que no basta con pensar una buena estrategia y ejecutarla, porque al tablero, las fichas, los billetes, dados y tarjetas, hay que sumarle actores y factores envidiosos, cizañeros, miserables, pero sobretodo cobardes. ¿Complicado, no? Pues es lo que hay. Por eso el verdadero reto es vivir en paz, y ser buena persona
Al final, todos estamos «jugando al monopolio» en esta vida, pero hay quienes se sientan a jugar para divertirse y pasarlo bien, y hay quienes en lugar de ver sus fichas y recursos, se gastan la vida en mirar los del resto, mientras enferman de envidia insana (de la fea), se frustran, se muestran como las malas personas que realmente son, y bueno, como en el monopolio cuando no vigilas tu juego, pierden y se lucen como malos perdedores
Me gusta que los más chicos vean las cosas como son, porque de lo contrario luego salen al mundo con una idea equivocada, creyendo que se lo merecen todo, y que la gente tiene la obligación de tratarlos bien. El mundo es como es, y mejor que lo sepan de tu mano y que vayan listos a la batalla, a que descubran que los unicornios no existen