Cómo NO emprender: Una historia desde la trinchera

Ayer estuve conversando con algunos amigos, y muchos me contaban sus diferentes aventuras y sus “extrañas condiciones” personales. Algunos se casaron recientemente, otros se separaron, y otros simplemente siguen solteros (y gozando, según dicen, jejeje). En lo particular no suelo compartir las historias de mis amiguetes, pero hubo algo que llamó fuertemente mi atención, algunos de ellos habían decidido lanzarse por el camino de ser “independientes” y no lo habían conseguido. Habían vuelto rápidamente al camino del asalariado y lo comentaban como una experiencia curiosa. Necesariamente, a uno de ellos, le pregunté “Qué pasó, ¿no te gustó?”, y este me narró lo siguiente:

“Mira, hombre, me vi de pronto en medio de mi sala pensando en qué hacer con mi vida. Había estado varios años trabajando para una misma empresa, donde la verdad no me sentía incómodo, aunque sí algo agobiado. La vida se había convertido en una rutina tremenda, y había alcanzado tal grado de responsabilidad, que casi todo lo importante que ocurría en mi área terminaba siendo mi culpa (entre risas). La verdad es que me sentía muy cansado de “lo mismo”, y de no poder tener una vida familiar como yo quería, ya que realmente mi día a día era tremendo, el horario era terrible (por las responsabilidades que tenía) y al ser del sector TI (este hombre era experto a nivel operaciones), muchas veces mi trabajo me llevaba a trabajar sábados, domingos, festivos, etc. Una vida de locos, JuanMa. “No te imaginas” (entre risas también, ya que ambos compartimos área en algún momento, y bueno, si podía imaginarlo).

Me dice, así que nada, me puse a mirar qué opciones tenía en el mercado, y la verdad es que todo pintaba a “más de lo mismo”, y aunque podría aspirar a otro sueldo (más alto), lo que me esperaba en cualquier otro sitio, era más o menos lo mismo. Ya me encontraba en una situación complicada, porque mi esposa me tenía loco con reclamos y malas caras, ya que decía que “ella sola estaba al tanto de nuestros hijos”, porque yo nunca estaba a la hora esperada o nunca se podía contar conmigo para un fin de semana planificado. Ella también trabaja, pero tiene la suerte de mantener un horario claro, y aunque no gana mucho, su trabajo la llena del todo y se siente realizada. Por ese lado, creo que es feliz. Quien no estaba contribuyendo a la situación en ese sentido era yo, y la verdad me empezaba a sentir culpable. Eso, como es natural, empezó a afectar a mi rendimiento profesional. Empecé a rebelarme contra el horario, y contra muchas de las responsabilidades por las que había trabajado muy duro para recibirlas. ¡Una vida de locos!

Una mañana dije “hasta aquí no más”, y decidí “ser mi propio jefe”. Le inventé a mi jefe una mentira y conseguí “escaparme” de ese mundo, de una forma poco elegante, pero había escapado al fin. La verdad es que mi jefe se lo tomó de manera tan natural, que me dejó la sensación de que yo “finalmente, no era tan importante para la empresa como creía”. No sé. Tampoco quise complicarme más la vida, así que tomé lo que me correspondía y listo, “abrí las alas”. Hasta ahí todo genial. Incluso me sentía súper bien.

A la mañana siguiente, me levanté temprano y vi de primera mano toda la rutina por la cual mi esposa se iba a trabajar, los chicos al colegio y todo lo demás. Claro, el único que no tenía a dónde ir era yo, pero respiré hondo y dije “es hora de ponerme manos a la obra”. No quería reconocerlo, pero me preguntaba de manera constante “¿no la habré cagado?”. Estuve dándole vueltas a las cosas, y seguí dándome ánimos. Total, era lo único que podía hacer, y me sentía realmente liberado. No había tenido vacaciones de verdad en años, y por primera vez en mucho tiempo, mi esposa no estaba jodiendo.

Empecé a buscar qué hacer con mi vida, y me di cuenta de que eso de “ser tu propio jefe” no es solo un tema de liberación total, sino que también es un tema que se relaciona con ser EL ÚNICO RESPONSABLE de tus ingresos. Es decir, cuando trabajas para alguien sabes que hay días en los que haces más, y días en los que haces menos, pero que a fin de mes vas a ver tu dinero en la cuenta. Aquí y ahora, el único responsable de llenar esa cuenta era yo, y la verdad es que no tenía claro cómo lo iba a hacer. Había hablado con varios amigos antes de dar “el salto”, y muchos de ellos me habían jurado por lo más sagrado que si me independizaba, haríamos negocio. Debí haberlo grabado, ¿no? Jejeje. Así pues, en medio de la incertidumbre, y de mi mantra “No pasa nada, tú puedes. Tranquilo Bobby, tranquilo”, seguí dándole a la pensadera.

Envié muchos correos, de hecho, el primer correo que envié fue a muchos de mis contactos (clientes de la empresa en la que trabajé), diciéndoles que ahora era independiente y que podían contar conmigo para lo que haga falta. Creo que “ahí si la cagué”, porque esos correos terminaron en la bandeja de mucha gente que lo tomó como “falta de ética y lealtad”. No me dijeron nada directamente, pero luego me terminaría pasando la cuenta. Una tontería según yo, pero una falta de tino por otro lado. Creo que no debí hacerlo. A ver, yo estaba en mi derecho de “buscarme las habichuelas”, pero con el tiempo entendí que los clientes me los tenía que ganar y no pretender heredar los de mi antigua empresa. Un error inocente, porque lo hice sin malicia, pero un error al fin.

Cuando intenté decirles a mis amigos que se acuerden de lo que habíamos hablado antes, muchos se excusaron como pudieron, y algunos otros fueron un poco más frontales al decirme “no tienes experiencia como empresa, no tienes oficinas, no tienes personal, no tienes histórico financiero, no tienes información tributaria, no tienes nada que me permita “ayudarte” a ganar un proyecto conmigo. Lo siento mucho”. No sé, creo que debí ser un poco ingenuo al no pensar en ello antes. Tenían razón, pero por algún motivo no lo vi antes. Ahí empezó mi verdadero problema.

Por un lado, no tenía cómo ofrecerme como independiente a empresas finales, y por otro lado (aunque no lo sabía aún) tenía ya un halo de “persona desleal” que me perseguía por todos lados, y mucha gente no me atendía o no me daba cara, solo por no quedar mal con la empresa en la que trabajaba. Una mala fórmula.

Los días pasaban, y claro, llegó el primer fin de mes sin ingresos, y aunque tenía algo ahorrado, no es bueno ver la cuenta reducirse y no aumentar. Respiré hondo nuevamente y repetí “no pasa nada, tú puedes. Tranquilo Bobby, tranquilo”. Mi esposa me decía “Bueno y, ¿cómo va todo, avanzando o qué?”, y yo le decía que tenía varias reuniones y que había algunos proyectos que pronto saldrían (lo cual era más una ilusión mía que una realidad). Puedes creer, JuanMa, que en ese momento pensé por primera vez “ah, con razón donde antes trabajaba, los directivos se esmeraban tanto para ganar los proyectos, y aunque estos no salieran o no se ganaran, igual yo cobraba mi sueldo.”. Es algo raro, pero cuando trabajaba para otros, nunca me preocupé de eso. Total, como decía antes, igual cobraba. Mi trabajo era muy duro y agobiante, pero créeme que no hay nada más duro y agobiante que no saber de qué vas a vivir el mes que viene o el siguiente. La cosa es dura, sobre todo cuando tienes hijos, hipoteca, gastos, y todo lo demás. Aunque no quería, seguía preguntándome “¿No la habré cagado?”, jejeje.

Al cabo de dos meses más, esas reuniones seguían “apareciendo”, pero no concretaban nada realmente. Creo que me recibían por cortesía y poco más, ya que lo que dijo uno de mis amigos, era verdad “no tienes experiencia como empresa, no tienes oficinas, no tienes personal, no tienes histórico financiero, no tienes información tributaria, no tienes nada que me permita “ayudarte” a ganar un proyecto conmigo. Lo siento mucho”; y a todo esto tenía que sumarle algo más, muy pronto tampoco tendría un centavo en mi cuenta. Me puse a pensar en qué hacer, y la verdad es que tenía una mezcla de “orgullo, vergüenza y necesidad”. Por un lado, siendo consciente, sabía que un proyecto para ganarlo y que empiece, requiere de un tiempo de entre 3 a 8 meses. Eso varía mucho, pero hay que invertir mucho tiempo para que un proyecto se concrete. Rara vez salen de un día para otro. Puede ocurrir, pero de seguro antes ya se hizo la inversión de tiempo, y bueno, yo no podía permitirme esperar ese tiempo. Era una locura. No tenía ingresos, todo era “sale, sale, sale” y nada que ganaba. Mi esposa empezó a preocuparse seriamente, y ello nos trajo conflictos muy complicado porque además de sentirme preocupado por todo lo demás, me sentía muy frustrado y luchaba diariamente por no rendirme, aunque la cuenta no miente y los gastos no esperan. No sabía que hacer.

Por un lado, la culpaba por haberme incitado a “dar el salto”, y, por otro lado, empezaba a sentir fastidio por todos esos “amigos” que me dijeron que contarían conmigo cuando “diera el salto”. Esta situación me estaba volviendo alguien muy frustrado. Ya no te cuento de todos los kilos que gané por ansiedad y preocupación, más todo el tiempo que estaba perdiendo a nivel profesional porque cuando alguien viera mi curriculum diría “¿Qué hiciste el último año, además de nada?”. Sé que, sí hice, y que, sí trabajé duro por avanzar en la vida, pero eso no se valora realmente en un curriculum cuando se busca trabajo. Qué sensación más rara. Qué incertidumbre más dolorosa, y claro, mi esposa jodiendo (esta vez, creo yo, con razón y mucha frustración). No sabía cómo decirle “mejor busco trabajo, ¿no?”, y, por otro lado, tampoco quería pasar por la “vergüenza” de mandar mi curriculum como si hubiera sido derrotado. Tonto de mí. Al final para eso no hay por qué sentir vergüenza (me decía mentalmente).

Antes que está situación terminara con mi hogar, con mi estabilidad emocional y con mis pocas reservas anímicas y económicas (se me juntaron dos cuotas de la hipoteca, encima), decidí salir a buscar trabajo como profesional. Afortunadamente encontré una buena opción. Me ofrecieron “la oportunidad” de volver a trabajar, ganando un poco menos de lo que ganaba antes de “dar el salto”, pero al menos ya estaba “en acción”, la cuenta volvió a recibir dinero, aunque yo trabajara más o menos, la armonía volvió a mi hogar y la verdad es que no siento vergüenza de decirlo: Aprendí mucho. Sobre todo, que no es fácil ser independiente, y menos sin un plan, una reserva importante, queriendo atraer clientes que no eran míos, y creyendo en las palabras de gente que te incita a “liberarte”, sin tener nada que perder“, finalizó el incauto.

La verdad es que viendo como están las cosas en el mundo, lo mejor que uno puede hacer, si en verdad tiene ganas de emprender algo o, como dice el amigo, “dar el salto”, es tener claro a dónde apuntar. Hacer un análisis real de las cosas, al margen de ilusiones o comentarios. Si tras un análisis concienzudo las cosas parecen viables, aun así, hay que dudarlo. La vida es dura, las responsabilidades apremian siempre, y no es que no debas emprender, pero debes hacerlo bien si no quieres pasarlo mal como comentaba el amigo. Es una historia real, que le ha tocado vivir a más de uno, y que a más de uno le tocará vivirla sino lo está haciendo ya. Lo primero es ser leal y firme con tus principios, luego lo demás. Siempre nos dicen que “para un padre no hay hijo malo”, y es verdad. Nuestras iniciativas o ilusiones, siempre que queramos convertirlas en emprendimientos, deben pasar la prueba de la honestidad brutal. Te puede parecer una buena idea o un golazo. Pero te has preguntado si ¿así lo ve todo el mundo o si acaso el público que “pretendes” que sea tu cliente lo ve interesante?

Sigamos trabajando. El camino del emprendedor es muy duro y complicado, pero cuando logras serlo, tiene grandes satisfacciones.

¡¡Buen día para todos!!

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