¿CEO? ¿presidente? ¿El puto amo?… ¿Entonces qué me pongo?

Hace unos días me entregaron mis nuevas tarjetas de presentación, donde por un error dentro de coordinación, me pusieron Director General. La verdad es que no es un cargo que me llame mucho la atención de manera nominativa, porque en realidad creo que quien lleva la dirección general de esta empresa son mis clientes y nadie más. Todos, desde el responsable de la seguridad de la oficina, hasta el más pintado dentro de esta organización, dependemos de un solo director general: El cliente.

Entonces, como siempre he llevado el rol de Director de Servicios, empecé a preguntarme si debería utilizar el de Director General, ya que para nadie es un secreto que, si bien giramos en torno a la necesidad del mercado y mis clientes, el gobierno de esta empresa lo diseño yo, y trazo la gestión para las diferentes áreas. Digamos que, en buena cuenta, podríamos decir que soy una especie de director general, pero el titulo me sigue sonando mal. Así pues, dije: “Veamos que pone la gente”, y ¡¡¡zas!!! Sorprendido quedé.

He visto que, en mis redes sociales, hay muchísimos CEOs (Chief Executive Officer), y otros tantos Directores Generales, también incluso algunos Presidentes Ejecutivos y Presidentes de Directorio. Eso no está mal en realidad, si a ellos y a ellas les gusta, genial. El tema es que me saltó la duda de “¿A partir de cuándo esos cargos suenan bien y en que momento suenan a pura ostentación y alarde; e incluso a timo?”. ¿Por qué me saltó la duda? Porque conozco a varios de los que llevan esos cargos, y no me suena que detrás haya mayor organización que ellos mismos, y con suerte alguien más.

Tengo algunos amigos, y muchos conocidos, que dirigen empresas y unidades de cientos y miles de personas, y por algún motivo siempre he relacionado esos cargos rimbombantes con grandísimas empresas, mega corporaciones, no sé, quizás es solo un error mío, pero qué tan adecuado es autodenominarte CEO, cuando eres tú solo con tu alma; o Presidente Ejecutivo cuando no presides nada más que tu ilusión. No lo sé, puede que me equivoque, pero sigo pensando en que me queda grande lo de Director General, para una organización de poco más de 30 personas, por muchos millones que se facturen, o muchos proyectos exitosos, o incluso por mucha presencia y reconocimiento que se logre, considero que lo de Director General no pega. Cosas mías.

Estuve viendo esos temas, y me encontré incluso con organizaciones que no cuentan ni con oficina, ni con personal, sino solo con una “oficina virtual” -lo cual no está mal, pero si no se aclara se presta a confusión y llevas al cliente a pensar en algo que no es- pero alardean de sus oficinas y su infraestructura de manera curiosa. Como dato particular, muchos están alojados en la misma dirección, y tienen el mismo número de centralita. De ahí que saltara lo de la oficina virtual. Digamos que una “ventaja” que trae dicha modalidad es que hoy estás y mañana no, y no tienes en realidad nada en juego. Si las cosas te salen mal, simplemente desapareces y listo. No te encuentra nadie. De igual forma encontré a algunos de estos CEOs y presidentes, que curiosamente trabajan para otras empresas que no son la suya, y no es que sean sus clientes (cosa que sería genial), no, son sus empleadores. Me pregunto entonces ¿Cómo les da el tiempo para dirigir sus corporaciones y de paso trabajar para otros en horario regular?, deben tener una fórmula que yo aún no descubro. Curiosidades de la vida.

En fin, que sigo dándole vueltas a todo esto. Mi duda también va en línea con si debo considerarme un “emprendedor” o un “empresario”. No encontré una explicación que me lo deje claro, pero entiendo que son compatibles. Por ahí decía alguien que el emprendedor se vuelve empresario, o algo así. No sé, yo sigo siendo el mismo loco que empezó con una idea, y esta idea me llevó a otras tantas, y esas a otras más. Mi vida es una simple locura, y una vorágine de actividades frenéticas que no creo que llegue a ser director general en algún momento. De momento dirijo mi vida, mis gustos, mis sueños, y tengo la enorme suerte de contar con un grupo de gente lo suficientemente loca como para acompañarme en el día a día de esta aventura.

¡Que me cambien las tarjetas, por favor! (Encima me pusieron Juan Manuel, jejeje).

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